Mira el video a continuación y lee la metáfora:
En los años 20, en un pequeño pueblo rodeado de campos de trigo y caminos polvorientos, vivía Samuel, un hombre con grandes sueños y una vida llena de pequeñas metas. A pesar de su ambición, siempre parecía quedarse corto, fijándose metas que le permitían sentirse satisfecho, pero que no lo llevaban a donde realmente quería estar.
Samuel soñaba con ser un gran empresario, dueño de una cadena de tiendas que recorriera el país de costa a costa. Se imaginaba en una oficina amplia, con ventanas enormes que miraban al horizonte, tomando decisiones que cambiarían su vida y la de su familia. Pero cuando el sol salía al día siguiente, su meta más ambiciosa era vender una docena de manzanas en el mercado del pueblo. Y así, todos los días, alcanzaba sus pequeños objetivos, lo que le daba la falsa sensación de progreso.
Los años pasaban, y Samuel acumulaba éxitos menores, pero sus sueños de grandeza seguían siendo solo eso: sueños. Hasta que, un día, apareció en el pueblo un comerciante llamado Richard, conocido por su éxito en las grandes ciudades. Richard vio algo en Samuel, un potencial que ni siquiera él mismo reconocía, y decidió desafiarlo.
—¿Sabes cuál es tu problema, Samuel?—dijo Richard un día, mientras caminaban por el mercado—. Sueñas en grande, pero te conformas con muy poco. Todos los días te pones metas que sabes que puedes alcanzar fácilmente, y eso te mantiene en tu zona de confort.
Samuel, desconcertado, le respondió: —Pero, Richard, cumplo mis metas todos los días. ¿Acaso no se trata de eso? Cumplir metas es avanzar, ¿no?
Richard sonrió. —Cumplir metas pequeñas es como caminar en círculos. Si siempre te pones metas que sabes que puedes lograr sin esfuerzo, nunca te llevarán más allá de donde ya estás. Es como si quisieras llegar a la cima de una montaña, pero solo subieras una pequeña colina todos los días.
Ese comentario se quedó grabado en la mente de Samuel, y esa noche, mientras estaba en su pequeña casa de madera, reflexionó sobre lo que Richard le había dicho. Se dio cuenta de que, aunque se sentía exitoso en el día a día, estaba lejos de alcanzar lo que realmente deseaba. Sus metas pequeñas le daban satisfacción momentánea, pero no lo acercaban a su sueño de grandeza.
Al día siguiente, Samuel decidió cambiar su enfoque. Si hasta ese momento su meta había sido vender una docena de manzanas, decidió vender 24. Y para su sorpresa, lo consiguió. Ese pequeño éxito lo animó a seguir, y se dio cuenta de que tal vez podía vender el doble la semana siguiente.
Un mes después, Samuel ya vendía 100 manzanas en el mercado, un número que jamás había imaginado. Pero el trabajo para alcanzar esa nueva meta le exigió más: tuvo que mejorar sus relaciones con los agricultores locales, aprender sobre las mejores rutas para llegar temprano al mercado, y desarrollar un sentido de negociación más agudo.
Un día, mientras descargaba las cajas de manzanas, se detuvo un momento a pensar. “Si puedo vender 100 manzanas aquí en el mercado del pueblo,” se dijo, “¿por qué no puedo convertirme en el mayor proveedor de manzanas de la región?” La idea le parecía casi imposible, pero también lo emocionaba.
Entonces, Samuel decidió que su siguiente meta sería mucho más ambiciosa: convertirse en el proveedor principal de frutas en todos los mercados cercanos. Esta nueva meta era inmensa comparada con lo que había hecho hasta ahora, y solo de pensar en ello le daban escalofríos.
Los primeros meses de este nuevo desafío fueron difíciles. Samuel cometió errores, calculó mal la demanda en algunos mercados y perdió varios clientes. Hubo días en los que vendió menos manzanas de las que solía vender al principio, y más de una vez consideró volver a sus metas pequeñas, a lo que le resultaba cómodo. Pero algo dentro de él lo empujaba a seguir adelante. Sabía que, si abandonaba ahora, nunca alcanzaría la grandeza que tanto soñaba.
Poco a poco, Samuel fue perfeccionando sus métodos. Empezó a negociar con más agricultores, asegurándose un suministro constante de manzanas. Implementó estrategias para llevar sus productos a pueblos más lejanos, y con el tiempo, su nombre se convirtió en sinónimo de calidad y eficiencia. De vender una docena de manzanas, pasó a ser responsable de cientos de cajas que se distribuían en los mercados de toda la región.
Un año después, Samuel había triplicado sus ingresos y era conocido como uno de los comerciantes más respetados del área. Ya no solo vendía manzanas, sino que también comenzó a expandirse a otros productos. Su pequeña casa de madera había sido reemplazada por una oficina amplia, y su equipo de trabajo crecía cada día.
Una tarde, mientras revisaba sus cuentas y contratos, Richard volvió a visitarlo. Sonriendo, dijo: —Sabía que tenías el potencial, Samuel. Lo único que necesitabas era una meta lo suficientemente grande para obligarte a salir de tu zona de confort.
Samuel asintió, con una sonrisa satisfecha. —He aprendido que, cuando te fijas metas pequeñas, tus acciones también son pequeñas. Pero cuando te atreves a soñar en grande, las acciones que tomas tienen el poder de cambiar tu vida.
Samuel entendió que el verdadero secreto del éxito no estaba en alcanzar metas fáciles, sino en fijarse metas que lo hicieran dudar de sí mismo, que lo retaran a crecer, a aprender y a dar más de lo que creía posible. Y fue entonces cuando, mirando hacia atrás, vio que los errores que había cometido en el camino no eran fracasos, sino pasos esenciales que lo habían llevado hasta donde estaba ahora.
El hombre que un día soñaba con vender una docena de manzanas ahora era un comerciante reconocido en toda la región. Y todo empezó cuando decidió fijarse metas tan grandes que lo obligaran a convertirse en la persona capaz de alcanzarlas.
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