La triste y terrorífica historia del Black Friday

En la penumbra de las ofertas del Black Friday, se tejen historias que, año tras año, se convierten en verdaderas pesadillas financieras. No es solo el origen de este día lo que encierra sombras, sino las decisiones que, bajo el influjo de descuentos irresistibles, llevan a muchos a un abismo económico. Esta es la historia de Juanito, una víctima más de este día de consumismo extremo.


Imaginemos a Juanito, un hombre trabajador y honesto. Cada día, de camino a su empleo, sus ojos se posan en un televisor que brilla en el escaparate de una tienda de electrodomésticos. Ese miércoles, recibe su aguinaldo anticipado y, al llegar el temido viernes, descubre que el televisor de sus sueños tiene un 60% de descuento, con la tentadora opción de financiarlo a 24 meses, con dos meses de gracia.

La oferta parece una oportunidad única, casi un hechizo imposible de resistir. Sin pensarlo dos veces, Juanito cede a la tentación y lleva el televisor a casa. Sin embargo, la recepción de su esposa no es la esperada; una sombra de preocupación se dibuja en su rostro, consciente de que quizás han cruzado el umbral de sus posibilidades financieras.


Al instalar el televisor, Juanito se enfrenta a la primera sorpresa: no capta los canales. Al consultar el manual, descubre que necesita una antena de techo o contratar un servicio de cable, sumando entre $30 y $40 adicionales a sus gastos mensuales. Además, para aprovechar las funciones inteligentes del aparato, debe mejorar su conexión a Internet, incrementando su factura en otros $10 mensuales.

Esa misma noche, un escalofrío recorre su espalda al ver a su hija de tres años casi volcar el televisor. Decide entonces adquirir un soporte de pared y contratar a alguien para instalarlo, añadiendo más gastos imprevistos.


Las semanas pasan, y Juanito comienza a notar que el tan anhelado televisor, el símbolo de su esfuerzo y del «gran negocio» que creyó haber hecho, empieza a convertirse en un extraño en su propia casa.

Cada noche, después de largas jornadas laborales, Juanito llega agotado a casa. Enciende el televisor y, entre bostezos, intenta disfrutar algún programa que apenas logra captar su atención. Los ojos se le cierran antes de que pasen cinco minutos, y el televisor queda encendido, iluminando la sala vacía hasta que su esposa lo apaga con un suspiro de resignación.

Los fines de semana tampoco son mejores. Aunque sueña con largas tardes frente a su enorme pantalla, la realidad lo llama: hay tareas pendientes. El césped que cortar, las reparaciones de la casa y los mandados lo mantienen ocupado. Para cuando termina, apenas tiene energía para sentarse en el sofá, pero justo cuando está listo para disfrutar su adquisición, siempre surge un «pero». Es su hija quien ya está cómodamente instalada frente al televisor viendo dibujos animados interminables.

La ironía golpea duro. El televisor, que supuestamente era el centro de entretenimiento del hogar, ahora parece más un adorno caro. Sin embargo, las cuotas no perdonan: mes a mes llegan puntuales, como un recordatorio cruel de una compra impulsiva. Juanito hace cálculos mentales y se estremece al pensar que aún le faltan más de un año y medio de pagos.

En medio de este panorama, Juanito encuentra un consuelo vago. Cuando está con sus compañeros de trabajo o con sus amigos del barrio, puede mencionar con cierto aire de orgullo que tiene un televisor enorme en casa. Aunque la verdad, que guarda en silencio, es que apenas lo utiliza. Sus amigos suelen reaccionar con envidia, lo que le brinda unos instantes de satisfacción, pero cuando regresa a casa y ve la pantalla gigante apagada, el peso de su decisión vuelve a caer sobre él como una losa.


Seis meses más tarde, las deudas comienzan a asfixiarlo. Al pasar nuevamente por la tienda, descubre con horror que el televisor sigue al mismo «precio especial» que cuando lo compró, revelando que fue víctima de una estrategia de marketing engañosa. Para colmo, aún le restan 18 meses de pagos, y el aparato, diseñado con obsolescencia programada, podría fallar incluso antes de terminar de pagarlo.


Evita tu propio viernes de terror

Para no caer en esta espiral oscura, considera las siguientes preguntas antes de realizar una compra impulsiva:

  1. ¿Puedo vivir sin esto tres meses más?
  2. ¿Realmente lo usaré lo suficiente para justificar la inversión?
  3. ¿Tengo al menos el doble del dinero en efectivo para cubrir este gasto?
  4. ¿Qué pasaría si no lo compro?
  5. ¿Es verdaderamente una «oferta especial»?
  6. ¿Esta deuda complicará mis finanzas en el futuro cercano?
  7. ¿Qué gastos adicionales podrían surgir de esta compra?

Responder honestamente te ayudará a discernir entre una necesidad real y un capricho que podría convertirse en una pesadilla financiera.

Recuerda, todos hemos caído en la tentación alguna vez. Pero con reflexión y prudencia, podemos evitar que el Black Friday se convierta en nuestro propio viernes de terror.